Por Axel André Balboa Mendoza
Estudiante de Ingeniería Biomédica PUCP y participante del Camino Ignaciano 2024.
Coordinador del área de Experiencias Solidarias del CAPU.
Llegué a la ciudad del Cusco el primero de enero por la mañana, estaba emocionado de poder empezar esta actividad y con muchas expectativas, puesto que un amigo que ya había participado con anterioridad me dijo: “déjate sorprender”. Por eso mismo no investigué mucho sobre la red ESEJOVEN, El Camino Ignaciano, ni lo que me esperaba en aquella maravillosa provincia de Quispicanchi. El objetivo era revivir las distintas etapas que San Ignacio de Loyola experimentó en su vida. Durante los primeros días, vivimos la etapa de formación e introspección a través de talleres de oración y de autoconocimiento en el distrito de Urcos. Además nos fuimos conociendo entre los caminantes e hicimos reflexiones sobre nuestras vidas y molestias que nos acompañaban desde cada una de nuestros respectivos hogares. Este tramo fue revelador, puesto que nos ayudó realmente a conectarnos con nosotros mismos. Posteriormente, pasamos a la siguiente etapa que fueron los Ejercicios Espirituales y las peregrinaciones con el objetivo de conocer nuestro vínculo con Dios y cómo conectarnos con Él personalmente.
Por último, pasamos a la etapa que para mí fue la más importante, las Misiones. Fuimos a un poblado lejano y ganadero llamado Ccoñamuro para apoyar en las chacras. En ese poblado el frío era intenso, había carencias notables y los pobladores eran quechuahablantes. Aún así, se esforzaron por hacernos sentir lo más cómodos posibles. En uno de esos días de misiones hubo una misa, en conmemoración de un hermano muy querido en la zona, una experiencia que siempre voy a tener en mi corazón, es el sentimiento o el ambiente cargado que se sentía en la pequeña capilla destruida de la zona. A pesar de la barrera lingüística, a medida que se proclamaban los salmos, oraciones y peticiones en quechua, se sentía como un mismo sentimiento nos unía tanto a caminantes como a pobladores, que de alguna manera inexplicable me ardía el corazón. Hasta el día de hoy, siento que esa fue la verdadera experiencia de la materialización de la fe, un sentimiento que venía desde adentro y nos unía como hermanos, con el propósito de conectarnos con Dios para recordar al querido difunto.
Conocí a gente maravillosa de todas partes del Perú, también un grupo muy divertido de hermanos chilenos que también participaron de la experiencia. Además habían paisajes hermosos y pintorescos por donde íbamos, fue sin duda alguna una experiencia muy conmovedora y única que me hizo cambiar mi forma de pensar, actuar y sobre todo mi propósito en la Iglesia.
¿Cómo materializas tu fe? Si pudiera resumir los quince días en una sola frase, escogería esa pregunta, que me dio un nuevo significado a mi experiencia con Dios.