Por Laura Rivera Atencio
Estudiante de Periodismo PUCP
Coordinadora del área de Experiencias Solidarias
Sentí que vivir cada uno de esos días en Alto Hospicio, lugar donde se desarrolló Capilla País, fue un constante dejarse sorprender y aprender.
Día con día se dominaba algo nuevo en construcción, por ejemplo, cómo martillar correctamente, o qué tamaño de tornillos usar para que la madera no se rompa. Pero, el aprendizaje iba más allá. Cada persona con la que uno interactuaba, dejaba una lección. Sea por su historia de vida, o por el simple gesto de abrazarte y abrirte las puertas de su casa aunque seas un total desconocido.
De toda le experiencia me llevo eso: que aprendí a qué nos referimos cuando hablamos de que todos somos hermanos. Viajamos más de mil kilómetros a una tierra con la que tenemos disputas históricas y, sin embargo, nos recibieron como si fueramos amigos de toda la vida. Nos contaron que esperaban esa iglesia desde hace mucho y estaban más que felices de que por fin, como un milagro, nosotros la estemos construyendo.
Al inicio me preguntaba, ¿qué propósito tiene el destino con elegirme para que vaya a otro país a construir una iglesia, cuando no se nada de construcción? Ahora puedo decir, que la iglesia la construí yo en mi corazón, con cada oración y cada amigo que me ayudó a entender por qué Dios sigue ahí para mi.